Siempre han estado ahí, siempre imprescindibles, pero no siempre visibles. Hablamos de la mujer en el ámbito rural, una realidad sobre la que ponemos el foco, cada 15 de octubre, Día Internacional de la Mujer Rural.
¿Por qué esta fecha? Precisamente, porque el día de antes se celebra el Día Mundial de la Alimentación. Y, la mujer rural, siempre ha tenido mucho que ver en la producción alimentaria.
Esta jornada se conmemora desde 2008, por mandato de Naciones Unidas. Desde entonces, cada 15 de octubre, se mira al mundo rural y hacia la mujer y se hace bajo un lema. El de este 2023 reivindica el papel de las mujeres como cultivadoras de alimentos de calidad para todas las personas.
La realidad rural de Castilla-La Mancha, donde 7 de cada 10 municipios tiene menos de 1.000 habitantes, está ahí. Un 16% de las mujeres de Castilla-La Mancha viven en el medio rural, frente al 6,3% del promedio de España, según datos del Instituto de la Mujer.
Aunque la mujer siempre ha trabajado el campo, este esfuerzo no siempre ha estado reconocido. Sirva un dato, según el último Censo Agrario de Castilla-La Mancha, el 70% de las explotaciones agrarias de la región tienen como titular a un hombre, frente a un 30% de mujeres.
Y es que buena parte de las mujeres rurales trabajan en la explotación familiar agraria, pero en demasiados casos no reciben ni remuneración, ni derechos sociales, ni son titulares ni jefas de la explotación, por lo que se tornan invisibles.
Los datos hablan
En 2011, el Ministerio de Agricultura creó la figura de la titularidad compartida. El propósito era profesionalizar la labor de la mujer en el campo y que ese 82% de mujeres que –según decía entonces el Ministerio- trabajaban en el campo en calidad de cónyuges o hijas de agricultor, figurasen en las estadísticas oficiales como trabajadoras y titulares con derechos.
La fórmula no ha tenido la respuesta que se esperaba, si bien ya en Castilla-La Mancha hay 251 explotaciones con titularidad compartida, según los últimos datos públicos relativos a 2022.
Aunque el último Censo Agrario constató un aumento del número de jefas de explotación de un 22% en España, entre 2009 y 2020, todavía queda camino por recorrer para aflorar ese trabajo de la mujer en el campo.
Con ese propósito, Castilla-La Mancha se dotó en 2019 del Estatuto de la Mujer Rural, con medidas dirigidas a fomentar una mayor igualdad en el medio rural, ante la constatación de que la desigualdad de género y la falta de oportunidades, influyen en el abandono de la mujer del medio rural.
Con motivo de este Día de la Mujer Rural, en Globalcaja hemos querido recoger el testimonio de tres mujeres que viven en el medio rural.
Tres mujeres que, como dice la campaña del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha, son semilla y fruto, pues con su trabajo, como agricultoras y ganaderas, llenan nuestras despensas. Tres mujeres que nos ofrecen su perspectiva como agricultoras, responsables de una explotación.
Alejandra, una mujer arraigada a su tierra
Entre Pedro Muñoz (Ciudad Real), donde reside, y El Pedernoso, (Cuenca), donde tiene su explotación agrícola, encontramos a Alejandra Molina, quien no concibe vivir en un entorno que no sea rural.
Alejandra se formó en la universidad, completó sus estudios como Ingeniera Técnica Agrícola, con un Máster en Viticultura y Enología. El fallecimiento de su padre, la llevó a tomar las riendas de la explotación familiar en 2001.
Poco a poco ha aprendido a manejar el tractor y realizar las tareas que requiere la viña y el cultivo del cereal, trabajos que ha compatibilizado con la crianza de sus tres hijos.
“Altos costes, cambio climático… me cuestiono si podremos seguir viviendo del campo, pero me daría mucha pena irme del pueblo. Vivir en una zona rural es maravilloso”
Alejandra nos cuenta que no cambiaría vivir en el pueblo por la ciudad por nada del mundo. “Aquí tengo tranquilidad, naturaleza a mano y prácticamente las mismas cosas que si viviera en la ciudad, gracias a internet podemos comprar cualquier cosa que necesitemos y, si además como es el caso de mi pueblo, tienes buenas comunicaciones por carretera, no echas en falta nada”.
Es más, Alejandra aprecia las ventajas, “creo que los niños viven mejor en un entorno rural y la conciliación también resulta más sencilla”.
Lo que inquieta a Alejandra es el futuro del campo, de la agricultura y ganadería. Los altos costes que tiene que soportar la agricultura (electricidad, carburantes, insumos…) y el bajo precio al que les pagan sus producciones, -“pese a que en el supermercado, se han duplicado los precios”, apostilla-, la llevan a augurar un futuro difícil.
“Llevamos varias campañas, que entre la sequía y las tormentas, hemos perdido mucha cosecha, los efectos del cambio climático ya están aquí; además de que ves que cada vez nos cuesta más producir y nuestras cosechas no se pagan mejor”, relata esta mujer agricultora.
La situación la lleva a reflexionar en voz alta: “me pregunto si podremos seguir viviendo del campo, a mi me daría mucha pena tener que irme del pueblo, porque vivir aquí es maravilloso”.
La despoblación, opina, tiene un motivo económico, no de calidad de vida. “Si no hay medios para vivir decentemente, la gente joven se va, porque quien ha estudiado, no puede quedarse en el pueblo si no hay empresas que generen puestos de trabajo o no tiene su propio negocio para salir adelante”.
Por eso Alejandra quiere hacer valer el papel de la agricultura, y no solo por su función de producción de alimentos, sino como sustento económico de los pueblos. “Si las circunstancias cambian y la agricultura no es viable, vivir en una zona rural va a ser imposible”.
Ella, con su trabajo, como tantas otras, se empeña a diario en lo contrario.
María Isabel y el legado familiar
El testimonio vital de María Isabel Martínez también nos habla de una joven que se formó como Ingeniería Forestal, a quien el devenir de la vida la llevó a hacerse cargo de la explotación ganadera y agrícola familiar, junto a su madre.
“Trabajaba para una empresa en extinción de incendios, como ingeniera, pero en 2007, me quedé sin trabajo y coincidió con la enfermedad de mi padre, así que me decidí a sacar adelante lo que teníamos”, nos cuenta María Isabel.
“Hay mucha incomprensión de las zonas urbanas hacia lo rural, se olvidan que aquí producimos sus alimentos”
En Canaleja, una pedanía de Alcaraz, en la provincia de Albacete, gestionan una explotación de ovino, aunque también tienen algunas cabras y cultivan cereales y olivos. “Estamos también probando ahora con el pistacho, por diversificar la producción, porque del olivar llevamos dos años en los que apenas hemos tenido cosecha”, nos cuenta.
La actividad agrícola la complementan con unas casas rurales.
María Isabel vive ahora a caballo entre Toledo y Canaleja. “No es fácil quedarte a vivir en las zonas rurales más despobladas, sobre todo cuando vas teniendo hijos y quieres que accedan a servicios que no hay en las aldeas más pequeñas”, confiesa María Isabel, que se siente orgullosa de que, pese a todas las dificultades que tiene sacar adelante una explotación ganadera y agrícola, lo hayan conseguido, al menos hasta la fecha.
“Lo que no voy a hacer es abandonar lo que tenemos, cuesta mucho sacar adelante un ganado, el campo, las casas rurales, como para irte y abandonarlo”.
Señala a su madre como verdadero sustento de esta explotación, “cuando ella se subió al tractor, había muy pocas mujeres que lo hacían, ahora ya hay más, pero al principio la miraban como si fuese en una nave espacial, a ella no le quedó otro remedio, mi padre enfermó y tuvo que hacerlo”. Ahora, confiesa, su madre no podría vivir en otro lugar que no fuese el campo, “si le quitas el ganado, la matas”, dice.
“Con tantos gastos, siempre vas ahí, ahogado, pero al menos hemos logrado conservar lo que teníamos”, insiste esta mujer, que se lamenta de la escasa comprensión que hay desde el mundo urbano hacia lo rural.
“No se comprende el medio rural, se piensan que recibimos subvenciones por nada y no saben la cantidad de justificaciones y de requisitos que debemos cumplir, y todo para producir la carne que después se comen, porque los alimentos salen del campo, que a veces lo olvidamos”, relata María Isabel, que, pese a todo, está decidida a luchar para sacar adelante ese legado familiar.
Anastasia y la dureza de la ganadería
En Saceruela, localidad de Ciudad Real conocida por sus recursos cinegéticos, encontramos a Anastasia Morales, “aquí nací y aquí sigo”, dice con rotundidad.
Su testimonio deja patente la dureza de los trabajos agrícolas y ganaderos. “Cuando tenía a mis hijos pequeños, los dejaba con los abuelos y me iba a ayudar a mi marido con el ganado, hasta que debido a un accidente que tuvo, pasé a hacerme cargo de la explotación”, nos cuenta Anastasia, “en definitiva, toda la vida llevo con el ganado y en el campo, y puedo asegurar que se trabaja muchísimo”.
“La mujer en las zonas rurales cumple un papel fundamental, pero el campo debería estar mejor valorado, porque del cemento no se come”
Anastasia, junto a uno de sus tres hijos, lleva adelante una explotación de ovejas y cabras, también cultiva algo de cereal en secano. Ella puede enarbolar bien la bandera de la mujer rural.
Sabe bien lo que es el trabajo del campo, “es una vida muy dura y está poco pagada”, asegura, “llueva, haga frío o calor, sea lunes o domingo, los animales debes atenderlos”.
En este entorno rural, describe Anastasia, la mujer cumple un papel fundamental. “Sustentan las casas, ayudan a los maridos en todo lo que haga falta y si tienen que hacerse cargo de la explotación, lo hacen”.
A esta mujer llena de experiencia, lo que le duele “es lo poco mirado que está el campo, lo poco que se valora, pese a que de aquí salen nuestros alimentos, porque del cemento no se come”, sentencia.
Esta escasa valoración social y recompensa económica, opina Anastasia, es lo que lleva a la gente más joven a dejar las zonas rurales. Y pone a Saceruela como ejemplo, localidad que rondaba el millar de habitantes y que ahora tiene poco más de 500 censados.
Por eso, clama para que retornemos nuestra mirada al mundo rural y le demos el protagonismo que merece. Un protagonismo que debe ser diario y cotidiano, más allá de celebraciones.